La joven piloto de 24 años sigue desaparecida desde el 20 de mayo. Restos del avión fueron hallados, pero ni rastro del cuerpo. La Marina activa búsqueda submarina y el padre pide ayuda mientras el Gobierno calla.
Pasan los días y Ashley Vargas sigue sin aparecer. Desde el 20 de mayo, cuando se perdió contacto con el avión militar KT-1P en plena misión de instrucción en Pisco, solo hay una certeza: la aeronave cayó, pero la piloto sigue desaparecida. La Fuerza Aérea del Perú (FAP) confirmó este jueves el hallazgo de restos en un islote frente a Paracas, pero el fuselaje principal y el cuerpo de la piloto no han sido ubicados.
La respuesta del Estado ha sido, hasta ahora, tardía y burocrática. Mientras la familia busca por su cuenta y la Marina de Guerra despliega al buque BAP Zimic para rastreo submarino, el Gobierno evita siquiera mencionar a la víctima por su nombre. El premier Eduardo Arana, en conferencia de prensa, solo habló de una “lamentable noticia”, sin nombrar a la joven que representó a la FAP con excelencia: primera de su promoción, ganadora de la Espada de Honor entregada por la presidenta Dina Boluarte.
El silencio oficial y el clamor familiar
Con tan solo 24 años, Ashley Vargas encarnaba el ideal de una nueva generación de oficiales. Hoy, su nombre resuena en redes sociales, pero no en los comunicados del Ejecutivo, que ha optado por la cautela. Su padre, Edgar Vargas, ha iniciado una búsqueda terrestre con apoyo civil, pidiendo ayuda a voluntarios con cuatrimotos, parapentes y camionetas 4×4. Mientras tanto, el Congreso exige respuestas: el legislador Carlos Alva pidió formalmente al Ministerio de Defensa que intensifique la búsqueda. “¡El Estado no puede fallarles!”, advirtió.
La FAP, por su parte, afirma haber reforzado las operaciones con apoyo aéreo, naval y terrestre, bajo supervisión del Comandante General Carlos Chávez Cateriano y del Comandante del Ala Aérea N.º 6. Pero lo cierto es que el tiempo corre, y la falta de resultados empieza a desesperar a la familia y a la ciudadanía.
Tecnología de guerra, búsqueda sin rumbo
El avión KT-1P en el que volaba Ashley no es cualquier aeronave: fabricado con tecnología surcoreana, puede alcanzar 648 km/h, tiene un alcance de 1,700 km y está diseñado para entrenamiento militar y misiones tácticas. En 2012, el Perú firmó un contrato de 208 millones de dólares con Corea del Sur para fabricar 20 unidades. Hoy, uno de esos aviones yace destruido en el mar y su piloto está desaparecida.
La situación expone no solo una tragedia humana, sino una grave falencia en los protocolos de emergencia, monitoreo de vuelo y respuesta institucional. ¿Cómo puede perderse un avión militar en pleno entrenamiento? ¿Por qué la búsqueda no ha dado resultados contundentes tras más de tres días? ¿Dónde están las explicaciones?
Ashley no puede convertirse en otra cifra silenciada por la inoperancia estatal. Mientras su familia no baje los brazos, el país tampoco debe hacerlo.