Por Antero Flores-Araoz
Su eminencia, que es el tratamiento a los cardenales, Juan Luis Cipriani Thorne, fue denunciado en el Vaticano por supuestas incorrecciones y, sin que se le hubiese escuchado fue sometido a algunas medidas cautelares a nuestro juicio injustificadas, que aunque levantadas posteriormente en forma parcial, evidentemente afectan su prestigio, dignidad, buen nombre y consideración que le tenemos los que lo conocemos, así como también a millones de católicos, que sin conocerlo o tratarlo personalmente, saben de su integridad y solvencia moral.
Quienes conocemos al Cardenal Juan Luis Cipriani, la denuncia que se le formuló y que se hizo escandalosamente pública en un diario madrileño, sin siquiera habérsele solicitado su pronunciamiento, indiscutiblemente no calza, es decir es ajena a su carácter y antecedentes.
El Cardenal ha sido desde joven colegial intelectualmente competente y físicamente deportista, gran basquetbolista incluso campeón en tal disciplina. Entró al campo eclesial luego de haber estudiado su carrera en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y de haber ejercido su profesión de ingeniero en vida mundana como cualquier mortal y sin que hubiese tenido comportamiento equívoco.
En cuanto al sacerdocio se doctoró en Teología, habiendo sido profesor de ésa materia en la Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima, siendo capellán en diversas instituciones religiosas. Al ser nombrado obispo actuó en Ayacucho como obispo auxiliar con sede en Huamanga, para luego pasar a arzobispo de la misma jurisdicción eclesial. En los días más duros del terrorismo homicida y destructor, siempre se le enfrentó con gran valentía, siendo conocido por tiros y troyanos por su prestancia, idoneidad y fortaleza, sin ningún signo de cobardía pese a las difíciles circunstancias que le tocó enfrentar. Hablaba franco y directo y sin medias tintas.
Luego de que la residencia del embajador del Japón fuese tomada el 17 de diciembre de 1996 por integrantes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) conducido por el terrorista Néstor Serpa Cartolini, así como sometidos a cautiverio todos los que estaban invitados y concurrieron a celebrar el natalicio del emperador de ésa Nación, el entonces arzobispo Cipriani recibió el encargo de Juan Pablo II de ser negociador y varias veces ingresó conjuntamente con el ministro Domingo Palermo a la mencionada residencia. Entraban ambos sin saber si saldrían de ella o si también serían secuestrados y sometidos a violencia física y emocional, lo que acredita su temple.
Siempre se comportó con fortaleza, hablando a sus feligreses como a terceros con claridad, diríamos que incluso con dureza pero lograba sus objetivos y, al pasar de la sede episcopal de Ayacucho a la de Lima desarrolló diversas acciones en defensa de la familia, realizando marchas y concentraciones multitudinarias, nunca antes vistas ni tampoco repetidas y, si tener remilgo alguno para hacer acciones concretas con otros credos cristianos pero no católicos. Se recuerda haber expresado que “… estamos en una época de firmeza, claridad y hombría”, y por supuesto reclamando trato respetuoso a los militares y policías que repelían al terrorismo.
Tuvo también el valor de enfrentar a las autoridades de la Pontificia Universidad Católica del Perú, respeto a los bienes que le legó José de la Riva Agüero y Osma, así como por los contenidos de diversos cursos, en que existía una clara desviación de la doctrina católica.
Evidentemente hay quienes no quieren al Cardenal Cipriani por sus posturas rígidas en relación con enfoques de género, idioma inclusivo, hipocresía de algunas organizaciones no gubernamentales de Derechos Humanos, las que solo se ocupan de parte de la ciudadanía, pero no de todos e incluso critican a quienes nos salvaron del terrorismo. También molesta su predicamento claro y contundente y su gran poder de convocatoria a la civilidad, demostrado en las marchas pro familia.
Juan Luis Cipriani puede ser incómodo a muchos por lo señalado y por su entereza, pero insistimos, de lo que se le acusa no calza con su manera de ser y por supuesto que lo rechazamos. Es un héroe y no un villano.